Elsa, la “vieja chiflada” que a los 87 años sigue enseñando a bailar
No sé si vas a poder. Pero te quiero pedir algo. Por favor,
tuteame”. En ese ruego pareciera ir todo su espíritu. Mientras lo pide, las
manos de Elsa Agras imitan la postura de la súplica, aunque en realidad llevan
a su boca un tazón lleno de café con leche. Podría ser una de sus bromas,
porque enseguida esta mujer de casi 88 años descubre su sonrisa adolescente.
Tal vez haya una injusticia: Elsa es noticia porque enseña y dirige un ballet
para señoras que nunca bailaron, porque se mueve solita y su bastón, cuando la
mayoría de las personas de su edad, si viven, ya no suelen estar ni por asomo
tan activas. Pero más allá de lo llamativo de la relación edad–actitud, lo
notable está en su filosofía de vida, en la luz que irradia al hablar, al reír,
al contar una anécdota, al plantarse ante una sociedad que la mira con ternura,
admiración, compasión o desconfianza pero (casi) siempre con un toque de
extrañeza.
“Soy una vieja chiflada”, provoca, aunque sólo es una mujer
joven de muchos años.
Elsa toma muy despacio su merienda y cuenta que siempre le
gustó el ballet, pero que sus padres sólo le permitieron enseñar. A eso se
dedica esta mujer desde los 16 años, con una prolongada interrupción en el
medio, provocada por un divorcio y una mudanza (“en esos años me mutilé”,
metaforiza). “Hasta que un día me levanté y dije: ‘quiero armar un ballet con
gente que siempre haya querido bailar y nunca haya podido’”, cuenta.
Así fue que hace 17 años armó el Ballet 40/90, para señoras
del rango de edades que simbolizan los números, que quisieran sacarse el gusto,
expresarse y -como dice Elsa- liberarse. Empezó con dos alumnas. Hoy tiene 58.
“Todas unas viejas atorrantas”, ríe. Luego se pone seria: “Con el baile
recuperan la libertad. Vivimos en una sociedad opresiva, donde se cree que ser
viejo quiere decir no pensar, no hacer. Yo me rebelo contra eso. Y lo hago con
humor y jugando. El que no tiene capacidad de jugar no puede enseñar, les hago
sacar la sensualidad que todas llevan y tal vez no saben”, resume. Sus alumnas
son todas mayores de 50 años. “Y tengo una de 83 que es divina. ¿Sabés lo que
me da más bronca? Que en todos lados soy la más vieja”, sobreactúa la queja
Elsa, fanática de “Peter Capusotto y sus videos” y admiradora de la legendaria
bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch.
Con el Ballet 40/90 puso en escena varias obras. Este año,
desde el 2 de agosto en el Teatro Garrick, repondrá “A los hechos, pechos”, una
obra –escrita y dirigida por ella– cuyo nombre sintetiza todo. El año pasado
Elsa sufrió un accidente que le está impidiendo bailar, pero no suspender sus
actividades. “Estuve un mes y medio en cama y traía a mis alumnas, de a 7, a mi casa, al borde de la
cama y ensayábamos”, cuenta a las carcajadas y admite que para sus vecinos es
“la vieja rara”.
A pesar de la limitación física actual, Elsa no para ni
quiere parar. “Me gusta trabajar, eso es libertad, y ser creativo es estar
vivo. Pero lo que más me gusta en la vida es aprender. Voy a cumplir 88 y tengo
el privilegio de ser alumna y tener un maestro”, resume, porque hace 11 años
que Elsa toma clases de clown. “Eso me cambió la vida, me descubrí a mí misma,
aprendés a perderle el miedo al ridículo, a romper con todos los moldes, a jugar
con los jóvenes”, teoriza Elsa, aunque al verla no hace falta explicación.
Remarca que “detesta” el mote de “tercera edad” y que se
aburre con la gente grande. “La sociedad establece que ser adulto significa ser
serio. Eso es mentira. Hay que jugar y desestructurar todo. Empezando por uno
mismo”, dice Elsa, antes del último sorbo de café con leche.
Fuente: Clarín, 29/04/2012